SÓPLALE SIN MIEDO A LAS VELITAS
- Andrea H. Lara
- 10 sept 2018
- 3 Min. de lectura
En el cumpleaños de mi cuñada, mi sobrino, con la característica inocencia que le brindan sus cuatro dedos por delante que muestra para explicar su edad, se sentó junto a ella y entusiasmado admiró el pastel que estaba frente a él. Unos segundos después preguntó: “ Mamita, ¿cuántos años tienes?”, ella lo miró y únicamente le respondió “Muchos, hijo”.
Al apagar las luces y prender las velitas del pastel, el pequeño estaba tan emocionado que sus ojos parecían estar iluminados; su madre se veía contenta, pero, más tranquila y acostumbrada a aquel escenario. En ese breve momento, me puse a pensar acerca de la diferencia con la que vivimos y disfrutamos de los cumpleaños dependiendo de nuestra edad y etapa por la que estamos pasando.
Cuando éramos niños nos urgía crecer, esperábamos con ansias cada cumpleaños, pues sabíamos que ello significaba tener una reunión, recibir algunos obsequios y comer pastel, sin embargo, una vez que ya somos adultos, esta fecha pasa a tener una relevancia menor. A algunas personas ya no les parece tan importante; otras, debido a la saturación de su rutina diaria, lo olvidan o postergan su celebración; también, están aquellos que desde hace tres cumpleaños siguen teniendo 50 años; o peor aún, los que no quieren decir su edad porque, de cierto modo, tienen miedo a envejecer.
Es curioso darse cuenta de cómo pasa el tiempo y cómo cambia nuestra percepción de éste. Quizás, es porque cuando somos pequeños, lo único que sabemos referente a los años es que marcan fechas y que cada vez que pasa uno nos hacen un poco más altos. Sin embargo, cuando llegamos a la adolescencia y adultez, comenzamos a ser más conscientes acerca de éste y de la propia vida; ambos comienzan a tomar otro ritmo, y no es porque Cronos, el dios del tiempo, cambie los segundos, minutos u horas, sino, por la simple y sencilla razón de que comenzamos a tener más responsabilidades, terminando por cuestionarnos qué haremos y adónde llegaremos.
La realidad es que a lo que temen las personas no son los años que cumplen, más bien, es percatarse del tiempo transcurrido y de todo lo que ha pasado a lo largo de ese lapso. Es fácil escuchar a algunas personas quejarse de las canas y arrugas, ojala se dieran cuenta que esos cabellos grises, ahora son el símbolo de sabiduría adquirida por la experiencia y aquellas arrugas alrededor de sus ojos, representan todas las veces que realizaron un gesto al momento de reír.
Con el paso de los años, también entendemos que el mejor regalo no es el más grande o costoso, aprendemos que un gran obsequio es poder disfrutar de la compañía de los seres queridos, el saber que se está llegando a las metas propuestas y recibir un cálido abrazo envuelto en caricias y afecto.
Cada año cumplido brinda la posibilidad de cerrar un ciclo y empezar otro, teniendo siempre en cuenta que el tiempo marca nuestra vida, dejando recuerdos que cada vez se hacen más grandes, y aunque algunos los terminemos olvidando, los mas gratos, estarán guardados con gran afecto en nuestra memoria.
Y al final de cuentas, qué más da que cumplas 6 ó 7 machete, 8 pinocho, 9, 10 ó 20, a lo mejor 30, 40, 50 ó 100… ¡no importa!, porque eso únicamente implica la cantidad de tiempo que se tiene de disfrutar la vida; son solo aquellos kilómetros recorridos que hacen el recuento de nuestros logros y experiencias, así que hay que celebrarlo, recordando que con festejos o no, es una fecha para pensar qué queremos lograr en los próximos kilómetros, esté cerca o lejana la meta final, hay que soplarle sin miedo a las velitas.
Noviembre, 2016.

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