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BIENVENIDO

Siempre he creído que la forma en que se comparte una experiencia, recuerdo o pensamiento, demuestra la personalidad de cada individuo.

Me encanta cómo algunas personas cuentan las cosas con mucha energía y elocuencia; otras con carisma y teatralidad; también hay quienes demuestran dolor o romanticismo en cada una de las palabras.
Sin embargo, lo que más me gusta de las historias, es que al escucharlas o leerlas,  ahondas en un pensamiento, haciendo evidente que de la abundancia del corazón hablará la boca -o escribirán los dedos-.

Este blog es la muestra de todo lo que en algún momento pensé, viví y posteriormente, escribí.

Es un pedacito de mi ser.

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LOS JÓVENES EN LA CANTINA MÁS ANTIGUA DE LA CAPITAL

  • Foto del escritor: Andrea H. Lara
    Andrea H. Lara
  • 10 sept 2018
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 11 sept 2018

Son las 4:13 de la tarde de un soleado y bochornoso sábado 5 de marzo en la Ciudad de México. Alrededor del Palacio de Bellas Artes se puede observar a diversos grupos de jóvenes ansiosos por tener una divertida tarde en un lugar donde puedan conversar cómodamente con sus colegas y al mismo tiempo, beber algo que amortigüe su sed de conocer y experimentar.


Una bella jovencita de suéter color vino está sentada conversando con el que se ve es un buen amigo; él atentamente escucha cada una de las palabras, y de vez en cuando, acomoda sus lentes. Unos instantes después ella recibe una llamada y comienza a buscar entre las personas, hace de todo: camina un poco, sigue hablando, voltea a distintas direcciones y alza la mano.


La cara de ambos se ilumina cuando entre todas las personas logran encontrar a sus tres colegas por las que estaban esperando. Gustosos y acalorados, los cinco amigos, comienzan a caminar en busca de un lugar que no esté tan lleno para que puedan estar conviviendo como ellos lo deseaban.


El grupo, sediento, llega por fin a la calle de Venustiano Carranza en el local numero 35; la fachada dice El gallo de oro, junto a la puerta principal se encuentra una placa conmemorativa informando que el establecimiento ha estado vigente desde 1874, convirtiéndolo en la cantina más antigua de la Ciudad de México, la cual pertenece a una familia española.


Los jóvenes se encuentran emocionados e ingresan al establecimiento, sin embargo, no hay mesas grandes disponibles, por lo que tienen que aguardar unos cuantos minutos para que les asignen la adecuada. Mientras esperan, cada uno de ellos se pone a observar con atención a su alrededor: el ruido de las copas y vasos al chocar junto al de las personas hablando y riendo conforman el sonido ambiente; huele a limón recién cortado y a tortilla frita; las pantallas están transmitiendo el partido del Club América v.s Morelia; y el lugar, adornado con vitrales iluminado por luces cálidas reflejadas sobre la madera, invitan a las personas a pasar, sentarse y disfrutar del instante.


Un mesero les ofrece sentarse en una mesa redonda en la que podrán tener cercanía; se encuentran frente a la barra y a un costado de una de las puertas, por lo que pueden observar a las personas que llegan y las que se van. De inmediato el camarero les ofrece una cerveza, pero ellos prefieren ver la carta de bebidas.


Es evidente que ya no es la cantina de hace ya casi siglo y medio, ahora es un “restaurate-bar”, por lo que hay familias completas celebrando algún acontecimiento importante, también hay parejas, grupos de amigos de edad media y especialmente, adultos mayores que visten y beben elegantemente. No cabe duda que el quinteto de amigos es el más joven del lugar.


Llega el momento de que los jóvenes hagan su orden, tras una apasionada discusión de lo que querían comer y beber llegan al veredicto final: 3 cocteles de medias de seda, un Alfonso XIII, una limonada, una sopa de verdura y una empanada de queso con espinaca.


Para este momento, los camaradas platicaban con facilidad, hacían chistes, daban sus puntos de opinión, reían y a veces, incluso, se ponían serios con algunos temas. Al terminar su primera ronda, deciden que pueden pedir algo más. Él pide una sangría y ellas una michelada.


No hacen ningún brindis, pero con sus sonrisas y la manera de tratarse, hace evidente que no requieren de algo más que su compañía y apoyo para estar agradecidos. Éste es precisamente el fin de las cantinas: que las personas puedan ir a disfrutar un momento de diversión, alegría y despejarse de aquellas cosas que han sido cansadas o fastidiosas durante su día.


El joven pide la cuenta y cuando el mesero la entrega se percatan que hay un error en ella: les han cobrado menos. Sabiendo que está mal el cálculo le informan y él, agradecido, la vuelve a hacer. Aparte de tener un buen sabor en la boca por las bebidas, la plática y la compañía, ahora se van más contentos por haber hecho lo correcto.


Son las 8:49 y el Sol ha caído, ahora, la Luna es quien ilumina el cielo. Ha llegado el momento de que los amigos se despidan y tomen cada uno de ellos su camino. Antes de marcharse, la joven vestida de color vino les comenta:


- Deberíamos volver algún día.


Marzo, 2016.


 
 
 

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Gracias por leerme. 
Recuerda que los escritos son obras de ficción y fantasía que provienen de mi imaginación, además de que los textos más personales y profundos son reflexiones y pensamientos de situaciones de las que he aprendido en mi vida cotidiana.
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